PROSA SELEC TA

Alfonso Calderón, Luis Sánchez y Hernán Ortega, en la SECH, el
11.08.95, con ocasión de recordar a Martín Cerda (1930-1992)

BIBLIOTECAS DE ESCRITORES

           
            Conocí personalmente a Hernán Díaz Arrieta, Alone (1891-1984), después de que él perdiera su biblioteca en un incendio que afectó el anexo de su casa en Beaucheff 1035, año 1979, lugar donde se encerraba para sus lecturas y, quizás, para teclear las últimas páginas de su diario de vida (¡qué tesoro!). Sin hacer grandes gestos faciales o aspavientos con las manos, pues era un hombre de extrema sobriedad y respetable presencia, algo así como esos gentlemen de película inglesa, delgado y alto, de filosa mirada, me dijo, dos años después de esa tragedia, que el fuego había devorado parte de su vida. Nada más. Enseguida la conversación derivó hacia el género literario memorialista, donde yo recibí un fino reproche por haber asegurado en la revista “Huelén” que “el género tenía pocos cultores de importancia en Chile”. La verdad, en efecto, es muy distinta. Y él recordó su libro “Memorialistas chilenos” (1960) que recoge una sección medular de esta especialidad.
Alone, por carta, me ofreció “la mitad de su reino y todo el oro de sus castillos”  por un solo ejemplar de ese texto. Recorrí librerías de prestigio y esas que cariñosamente denominan “de viejo”. Me fue mal. Pero, había postergado para última instancia el negocio mas potente del libro usado (que aún subsiste) y, a la vez, el más “capitalista” en precio e inoperancia del regateo. Claro, la del “Paco” Rivano, en San Diego. Poseía dos ejemplares, a nivel de libras esterlinas. En mi empresa pedí un anticipo y los compré. Uno se lo entregué a su legítimo dueño, Alone, y el otro lo tengo junto al tesoro de mi refugio en la montaña.
         Con esta anécdota, como lo aprecia el lector perspicaz, estoy marcando sin negritas ni subrayado, el valor emocional que puede alcanzar un libro. Las apreciaciones objetivas y prácticas desaparecen.
Durante aquellos años yo era amigo y, me atrevo a decirlo, discípulo de Martín Cerda, el más radical y sabio de los ensayistas de este país. El único heredero de Montaigne, Ortega y Gasset y otros próceres europeos. Nos veíamos dos o tres veces por semana en los talleres literarios, en conferencias, en tertulias de gente amiga (alguna vez con María Luisa Bombal, o Juvencio Valle, donde lo de Inés Bordes), o en las mal llamadas “fuentes de soda”, cuando no en alguna “picada” cerca de la SECH. El fue presidente de la Sociedad de Escritores.
Martín Cerda (1930-1992) había descubierto en Alemania a Georg Lukács, filósofo y gran teórico de la literatura, y en La Sorbonne fué discípulo de Bachelard, Merleau-Ponty, Jean Hippolitte y Lucien Goldmann. De regreso en Chile, y después de su estadía caraqueña como asesor de la editorial “Monte Ávila”, es evidente que había reunido en su hogar una valiosísima biblioteca compuesta de libros y revistas franceses, inencontrables en lengua castellana. Sin contar manuscritos, cartas y fotografías. Por el año 90 está en Punta Arenas cumpliendo una beca de magisterio, muy importante para él. Por la extrema seriedad de sus publicaciones (jamás dejó de escribir entre las 5 y 10 de la mañana, aunque el reposo se iniciara recién a las 2 o 3), y para sus clases y conferencias, llevó cosas medulares de su biblioteca y, junto a ella, su obra inédita que trabajaba y revisaba año a año con la paciencia de un Flaubert. En agosto de ese año se incendia la Casa de Huéspedes del Instituto de la Patagonia. De su capital intelectual y emocional, rescató unas cuantas páginas chamuscadas y nada más. Fue un golpe bajo del destino, injusto, brutal. Ese destino que jamás entiende a Montaigne, Jünger, Walter Benjamin, Lévy-Strauss, ni de primeras ediciones de Levinas. Esa entidad con la cual no caben discusiones, rasgó el corazón de nuestro escritor, que resistió apenas un año, en Santiago. En este lapso nos encontramos alguna vez, para hablar de cualquier otra cosa, menos de proyectos literarios ni de familia. ¿Para qué? En su casa habían odiado los libros (ocupaban mucho espacio) y su vida, ciertamente de muy bajo perfil; y él se había refugiado en una bohemia gris y en aleros inesperados. Asunto que me consta porque muchas veces lo fuí a dejar a medianoche a su domicilio, vecino, irónicamente, al Club de Golf de Las Condes. Fallecido Martín, a la semana fui a saludar a la viuda. Estaba preocupada en regalar todos los libros a quien quisiera llevarlos y, de hecho, ya había pasado un cuervo. La idea de sus amigos más responsables era entregar a la Biblioteca Nacional esa valiosa colección. No se pudo hacer nada en ese momento. Sólo tengo vaga noticia de que una hija del escritor logró guardar en cajas parte ínfima salvada del desamor, y que es posible sea la sección que hoy yace en nuestro principal mausoleo cultural, por mano bendita de Alfonso Calderón y Pedro P. Zegers. Nadie más, al parecer, entiende de libros: es la moraleja espantosa.
Creo que Chile vivió su Edad de Oro, cultural, en el centro amplio del siglo XX. Una vez apareció en la Biblioteca Nacional, Enrique Gómez-Correa, fundador con Jorge Cáceres, Teófilo Cid y Braulio Arenas, de la “Mandrágora”. Su especialidad, su tema, su vida: el surrealismo (a secas). Me cautivó su sencillez, la consistencia de su pensamiento (una memoria extraordinaria). Al conocerlo mejor, supe de su carrera diplomática en el Medio Oriente (residía en Siria durante la Guerra de los Seis Días) y, fascinado, me hablaba de su amistad con André Breton, Magritte, Bachelard, Jacques Hérold. Es decir –como se estilaba antes- una vida intelectual entre artistas y filósofos de verdad. Vivió tres años en Europa, soltero, devorando ciudades con historia, bibliotecas y museos. Estuvo un año en China e India, sólo para estudiar la escolástica oriental (Miguel Serrano, cónsul, lo invitó a renunciar al “mundo” para irse a vivir a un monasterio tibetano). Visitó Egipto, no como turista, sino para recibir enseñanzas de la antigüedad, de viejos sabios (dominó el verdadero tarot). Ser único, este poeta clave que ahora nadie conoce. Si hasta Gonzalo Rojas lo ignora porque no lo dejaron ingresar a la “Mandrágora”. Enrique era de índole calmada pero solía tener erupciones de genio como la de los volcanes de Talca que él vio en su infancia. Hubo terremoto en Chile, el año 85. Esa misma noche, se sintió mal. Internado en la Clínica Boston, detectaron un cáncer que, a partir de la médula espinal, ya estaba generalizado. La noticia corrió dentro de la tribu literaria. Lo visité y tuve la sensación de que no había esperanzas para él. Igual pesimismo en todos sus cercanos. Pero habló de su voluntad de vivir, de rechazar a esa “dama de blanco, bellísima” que con insistencia lo invitaba a desprenderse de lo terrenal. Lo llevaron a su casa de Galvarino Gallardo, desahuciado. Vivió con una potencia mental envidiable durante diez años y escribió sus libros más sabios y poéticos que su propia técnica surrealista le permitió. En este período gocé de su amistad. Y la de su familia. Pero, en algún momento él tenía que abandonar su “piedra filosofal” terrena. Quedó una deslumbrante biblioteca con ejemplares únicos en Chile, de todo el feérico surrealismo europeo, y, no está demás decirlo, mundial. Libros, documentos, grabados, hasta pinturas de Magritte. Y volúmenes únicos de esoterismo y alquimia de siglos pasados. Transcurridos algunos meses, su esposa y cuatro hijos acordaron traspasar ese ingente valor a un lugar que garantizara la unidad de la colección y el nombre de su creador. Nada en Chile es seguro. Llama  desde París un marchand de arte. El legado puede ir a un museo importante. En veinticuatro horas está en Santiago y se instala en casa que fuera del poeta. Una transacción desventajosa para los dueños. Parte del tesoro se va al Museo Paul Getty, el gigante de California (se puede ver aquello por internet). Otras cosas se esfuman en Europa, como un invaluable “Cadavre Exquis”, cuadro dibujado y pintado a tres manos (André Breton, Paul Eluard y Valentine Hugo, nieta de Víctor Hugo).
Lautaro Yankas, otro enfermo del “vicio impune” (Valéry Larbaud), tapizó su estudio de miles de libros. Fue uno de mis profesores en el Liceo Aplicación y, muchos años después, lo visité en su domicilio de Coventry, Ñuñoa. Falleció desconocido por sus pares, en 1990. En abril, seis años después, su viuda, y tan fiel secretaria, me escribe que parte de la biblioteca se donó a la Municipalidad de Ñuñoa (seguramente a la Casa de la Cultura). Las obras de autores clásicos se depositaron en la Universidad Metropolitana. Otras, más especializadas, en la Universidad de Chile. Por último, muchos libros fueron a la Biblioteca Pública (no sé cuál). ¿Atinada disposición de sus herederos?
Al crítico Hernán del Solar lo visité en repetidas ocasiones. Sumergido en sus libros, era una fiesta conversar de escritos y escritores. En cambio, Jorge Teillier parecía guardar su biblioteca en la cabeza. Era de memoria extraordinaria y citaba versos y frases con oportunidad exacta. Su colección de libros parecía no gozar del cuidado o avaricia que les brindamos otras personas a estos simples papeles.
Caso muy especial es el de Neruda. Calculo que por los años 60-70, regaló parte considerable de su biblioteca a la Universidad de Chile. No sólo en cantidad sino en calidad (bueno, era coleccionista compulsivo). Gómez-Correa, abogado, me dijo que se había “extraviado” casi toda la donación y que por eso pensaba que cualquier otro lugar podría amparar sus joyas menos la casa de Alameda. Pero, todos sabemos que la historia libresca de Pablo no termina ahí. El 73, Isla Negra, la “Chascona” y la “Sebastiana”, fueron inquisitorialmente registradas. ¿Qué desapareció? No se sabe.
Gabriela Mistral, la “patiperra”, sembró libros por todo el orbe. Lafourcade visitó una vez lo que había sido su hogar en California y vio, huérfanas en un garage, ocho cajas atiborradas de libros y papeles.
No sigamos en el desaliento. Lo que se sabe y comprueba: cada biblioteca particular ha fecundado la creación de un ser altamente espiritual. Forma parte íntima de cada escritor, como su propio sistema nervioso central. De perogrullo, no es posible enterrarlo o cremarlo con ella. Pero, no es desatino ni fruto de la imaginación viciosa esperar que Papá Estado se preocupe más, a través de sus múltiples y esqueléticas manos, para recibir esos cuerpos de libros y protegerlos por onus probandi, para sus hijos, y los hijos de sus hijos. Porque está en la sabiduría de la antigüedad. Porque, en cierto modo, estos “rollos” no son del “mar muerto”, sí el alma de nuestra chilenidad.

(Refugio Huelén, 2006 )

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(Lo siguiente fue publicado en www.critica.cl el 08.11.11)


DE LA REBELIÓN

"...la lengua es un hecho social y, como dijo Pisani;
es algo que no existe cuando todos los hablantes
de ella duermen y no sueñan."
F.SCHOPF ("Anales", 1967, p.317)

HERNÁN ORTEGA PARADA

Me ha tocado ser testigo de la evolución política de Chile y, grosso modo, del resto del mundo desde 1950. Por aquel año, en la entonces tranquila ciudad de Quilpué, emergiendo de la adolescencia, participé en la fundación del departamento juvenil de un potente y activo movimiento político que a los pocos años ejecutó profundas transformaciones en la educación, en el agro y en la economía chilena, como asimismo en un modo de buen e hipócrito gobierno según se ve a la distancia. Dicha actividad consignó cierto pensamiento de redención social. En aquel entonces la difusión de nombres de candidatos y de banderas se hacía a pulso, por así decirlo: pegar carteles con engrudo en muros y postes, pegar bandas también de papel en soleras, aparte de utilizar pinturas blancas en pavimentos y cuanto lugar sirviera para ello. Era legal y no lo era porque el entusiasmo solía enceguecernos. Había que hacerlo de noche. Estar atentos para esquivar la vigilancia policial. Pero más atentos al encuentro con efectivos de ideologías contrarias. Así es que muchas veces nos vimos envueltos en guerrillas de pedradas en calles centrales o vías más alejadas. A la distancia, todo eso parece juego de niños. .Años después, secuestrado por ideales, esta vez independientemente, desde otros puntos del país, estuve atento a las enormes erupciones políticas que finalmente nos condujeron al cierre del siglo XX. No vi más ese idealismo de los 50-60 que vibraba en jóvenes y mayores, de clase media hacia abajo. Mi otero no es de rencores ni complejos, sólo una impresión de la realidad.

Este especial prolegómeno es para establecer en autos que siempre he estado pendiente de la cosa social. Es decir, de acuerdo con Pisano, no he dormido y no he parado de soñar.

Mi cercanía a la literatura me ha permitido ingresar a los subterráneos de la vida humana. Principalmente a través de lectura de ensayo, filosofía -nunca mística-, historia, textos memorialistas y de crónica. Estas experiencias, la mayoría de las veces críticas, provocan meditaciones. Las meditaciones permiten desconfiar de las apariencias, entender que un texto puede contener subtexto, que un discurso encierra una orientación que a su vez esconde otra, que la verdadera historia no está escrita, que la historia que se está viviendo hoy en Chile es de dudosa reputación. En consecuencia, he estado atento a la gran interrogante sicológica en el sentido de pretender a evaluar la importancia del PADRE en el ser humano. Reconozco la validez de dicho espectro en las religiones. Reconozco la existencia del complejo antimachista. Sin embargo, mi derrotero es muy distinto. Ni siquiera el padre biológico. Me ha interesado el padre simbólico. Es aquel que sublimado está en.un círculo mayor (o intermedio, como quiera el amable lector) y que está, es evidente, en el territorio que nos da, en los mejores casos naturales, una lengua, una identidad, una realidad. Pero, en el fondo cierto de que no todo se perfecciona en su totalidad ya que siempre estamos en evolución, pues tal sueño, tal esperanza suele acercarse hasta cubrirnos protectora o, dipsómana, huye dejándonos a veces tristes, a veces decepcionados y predispuestos a la aceptación de un sino desafortunado, incómodo, penoso. Así, ¿no es justo pensar que un gobernante es un padre para la nación?

"Esta es la cuestión".

Conozco el pasado de nuestra historia nacional. Hoy me detengo en aquellos primeros cincuenta años del siglo anterior. ¡Cuántos muros cierran ex-professo la realidad de una época en que el mundo, dando tumbos y explosiones, cambió en definitiva como cosa no soñada! Claro, la expansión de nuevos imperios, el poder de las armas, el poder del dinero internacional. Incluso los progenitores de las más grandes religiones entraron en la carrera. Discúlpenme, pero ha sido así desde mucho más atrás. Y esa mirada al pasado nuestro, cada vez que levanto un velo, o remuevo un adobe, me sobrecoge y espanta pues una y otra vez se repiten capítulos de inaceptables abusos de poder, de increibles saqueos de bienes de la nación  y de espantosos genocidios. En nuestro país.
           

Tenía que desahogarme primero. 

Recién llegó a mis manos "Rebelión en la pampa salitrera", del escritor alemán Theodor Plievier (1892-1955), en una primera versión al castellano de Judy Berry-Bravo y Pedro Bravo Elizondo, académicos en los EE.UU. Es una muy buena edición bajo los sellos compartidos de Campus Universidad Arturo Prat y El Jote Errante (Iquique, 2003, 416 páginas). El original se publicó en Holanda, en 1936, y de inmediato fue traducido al inglés (Londres. 1937). En resumen, significa que dicho texto, escrito en tercera persona bajo el formato de novela, trata de escenarios desconocidos para el europeo y contiene una voluntad ideológica que, lejos de desmerecer la obra de arte -la novela lo es-, la enriquece y le proporciona una vitalidad extraordinaria. En lo esencial del argumento, éste alcanza su climax al situarse en el fondo de la tragedia política nacional de los años 20 y 30 que, a su vez, se agravó con la enorme crisis económica mundial de ese tiempo.

La novela está dividida en tres Libros: Uno "De Hamburgo a la Costa Oeste", Dos "En las tierras de Atahualpa" y Tres "La rebelión de los condenados". Hay que advertir que siempre donde se menciona Atahualpa, debe entenderse Tarapacá; y ello, a mi parecer, es una ingenuidad del autor que han respetado sus traductores y editores en forma no muy convincente; ocurre que si muchos nombres de protagonistas se esconden bajo alias muy simples, en cambio se mencionan lugares geográficos exactos y se individualizan personajes de histórica importancia, como Recabarren, la República Socialista de América -de Marmaduque Grove y su gobierno de 12 días-, y, enseguida, los cien días de Carlos Dávila -un ambicioso diplomático que, a río revuelto, se tomó el mando de la nación-. El nudo de la trama se aprieta en este Libro Tres, donde las escenografías y los movimientos de los personajes están influidos por las decisiones emanadas de los gobernantes.  Quizás esta es la mecánica errada de los percances sociales Hay mención de la sublevación de la escuadra, de norteamericanos que tratan de asegurar sus intereses económicos de Tarapacá y el infaltable y cruel tiranuelo sito en Iquique en el cargo de jefe. Podría, tal vez, seguirse el itinerario de acontecimientos comparándolo con la información de un buen manual de historia. Muchas situaciones coinciden con exactitud y otras aparecen como imaginados entendidos del narrador omniciente. Por ejemplo, el supuesto lanzamiento al océano de mil obreros nortinos, encadenados, desde la cubierta de un buque de guerra chileno, en la primera época de Carlos Ibáñez. Están la Derecha y la Izquierda. Pero están las muertes injustificadas de otros cientos de obreros y cesantes, a manos de soldados y policías. El pueblo de Tarapacá, indignado por el desgobierno y los abusos, toma las armas de los cuarteles y se apronta a defender la región coordinándose con líderes de la capital y de Valparaíso. Son, en suma, los crueles años 31-32.

Theodor Plievier, es un nombre desconocido para el lector común de nuestro país. Pero ocurre que tiene un currículo literario y una biografía interesantísimos, todo ello revelado en páginas preliminares del libro en cuestión. Obras como "Stalingrado" (1945), "Moscú" (1952) y "Berlín" (1954), pusieron al autor en primera línea. Certifican estas impresiones mediante escritos en la prensa, Carl Weiskoft en Suiza, Arthur Koestler ("Un Jack London marxista"..."poder dinámico en la estructura de la trama"), y Graham Greene entre otros (" Herr Plievier muestra un inmenso poder como narrador..."). Esa personal ideología de izquierda es un rechazo absoluto a todo orden de cosas que limiten la libertad de pensar y actuar del individuo. Así como dicho autor pasó la Segunda Guerra Mundial en la URSS por su repudio al nacismo hitleriano, y, al término de ella, en la Alemania Oriental, termina su búsqueda de ideal en el otro Berlín, el de los aliados, a donde llegó finalmente arriesgando su vida. Durante la Guerra del 14, prestó servicios en la armada de su patria y, al término de ella, instaló una modesta editorial; pero, recién después del 30, publica varios libros de narraciones propias que recogen sus experiencias como imberbe navegante y como observador inteligente de ambientes sudamericanos. Por su abierto izquierdismo, fue perseguido y sus libros fueron quemados por la Gestapo. Se le quitó la nacionalidad. Y se refugió en Rusia. Ahora bien, su arribo a este lado de América transcurrió con más precisión  cuando huye de su hogar, a los 17 años de edad, y se  esconde en un velero, en Hamburgo, para venir a desembarcarse -también sin permiso- en nuestro Iquique. Por esta razón "Rebelión en la pampa salitrera" es una pintura de espacios y de caracteres sociológicos conocidos, donde recrea, años después, la tragedia del pueblo chileno desposeído de amor paterno en un momento político que el autor se encargó de investigar desde lejos. Tiene para ello, la mirada inquisitiva y la precisión de la palabra. Es comparable, además, con Joseph Conrad y Herman Melville, básicamente por una entrañable relación con el mar. Pero se aleja de ellos por una tendencia ideológica exacerbada, a lo mejor con justicia, a lo mejor con una clarividencia que nuestra cultura y carácter nacionales no acostumbran a sustentar con devoción y honestidad: el rechazo de toda hegemonía tiránica. Porque si se habla en nuestros tiempos de la "muerte de las ideologías", ello es una falacia que sólo permite, en la palabra y la práctica, otra de mayor profundidad y perversidad porque involucra una anestesia a veces mortal sin que se perciba su veneno.

Mi preocupación por las cosas que han ocurrido en el norte del país, en el siglo pasado, tenían que ver con la matanza en la Escuela Domingo Santa María, de Iquique, en 1907. Hecho que nuestra educación media esconde, que nuestro relato de la historia menciona como un hecho ocurrido en otro planeta. Esto es indignante. He visto algunas crónicas. Rechacé previamente las cantatas y la lectura de una novela porque esa gestualidad "idealiza" así como también Plievier ha colocado tintas personales -al margen de su habilidad literaria- en una narración, por lo demás, entretenida y a veces alucinante. Esa inquietud íntima permitió que solicitara, y llegaran a mis manos, además, dos libros que me parecen testimonios parciales pero reveladores. Uno es "Los mártires de Tarapacá", escrito por Vera y Riquelme, dos testigos directos de la matanza en la Escuela Santa María, ocurrida el 21 de diciembre de 1907. De estos cronistas no se conoce identidad ni nombres completos, pero firman la primera edición impresa en Valparaíso, en enero del 1908. El otro libro es "21 de Diciembre", escrito por Leoncio Marín y publicado en Iquique el 15 de febrero de 1908. En la Presentación de éste, se dice: "La memoria nacionalista apoyada fuertemente por el Estado, por la escuela y los medios de comunicación de masas, imponen los términos del recuerdo y una lectura fundacional del pasado que no da espacio para que otros discursos, en este caso, el de la clase obrera, interfiera en su despliegue."  Sentencia que corrobora no solamente mi impresión en evidencia sino que titula un fenómeno real que se da en muchas partes. ¿Es la vergüenza o el arrepentimiento lo que motiva a los detentores del poder, ligados por ideologías a los causantes directos de tanta tragedia, esconder sus crímenes? ¿Cómo pudo un presidente de la república, seguir impávido después de la matanza del Seguro, en Santiago, ocurrida a menos de 100 metros de su escritorio? Para qué seguir.

Plievier estuvo en Tarapacá entre 1909 y 1910, donde recogió impresiones directas de la tragedia ocurrida en la Escuela de Santa María. De modo que la difusión de sus sentimientos a través de la literatura es plenamente comprensible. Iquique ya había sido eje de la política nacional después de la Guerra del Pacífico. En efecto, al Presidente Balmaceda el Partido Conservador ya le había negado el Presupuesto para el año 1891 y así el Ejecutivo adoptó la decisión de anunciar la revalidación (inconstitucional) del presupuesto anterior. Fue el pretexto para que los mismos que le negaron las finanzas para gobernar declararan la rebelión, o "revolución", o "guerra civil" que suena mejor para la historia, que duró ocho meses y cuyo costo en vidas humanas se puede medir como una tragedia entre políticos y castas con ambiciones desmedidas. Fue una guerra a muerte entre dos castas dominantes.

Para algunos, las luchas de clases se inician en Valparaíso, el 11 de mayo de 1903, a raíz de la gran huelga de estibadores (exigían disminución de las horas de trabajo -de 12 a 9 hrs.diarias-, pago de salarios atrasados y aumento de las remuneraciones, a fin de mejorar sus condiciones de vida). Se suman panaderos, personal de ferrocarriles y trabajadores de grandes empresas, por el mismo motivo de fondo. Si bien el despertar lo produce la unión de la clase abrumada, tras ellos está la nueva ideología social que transformará la mitad el mundo y mitigará en parte los abusos de la otra mitad. En resumen, ideología contra ideología. La crónica que no debe repetirse acusa destrucción de carros en las calles, asalto a negocios, con las únicas armas que poseen los ofendidos: piedras. No hubo matanzas porque el teniente Valverde, de la Marina, al frente de su tropa, grita a la masa de huelguistas: "Tengo orden de disparar y despejar la calle, y si no se retiran mandaré hacer fuego". Sin duda, un jefe con criterio, pues no hubo disparos. La poblada se retira dando gritos en honor a la Marina.

Pero la lista de rebeliones y matanzas injustificadas de miles de seres humanos oprimidos por sistemas bastardos, a veces con la inclusión de mujeres, niños y ancianos, ocurridas en nuestro suelo patrio en el siglo XX, aun no conmueve a conciencias que sólo se preocupan enfermizamente de acumular fortunas ilimitadas despojando a las clases dominadas porque no hay una ley terrenal suficiente para frenar las ambiciones de grupos o personas.

El año 1906, Plaza Colón, de Antofagasta, gobierna Pedro Montt, es el polvorín para un nuevo y sangriento encuentro. Se crean las "guardias blancas", elementos de choque de jóvenes de familias detentoras del poder, proveídos con armas de los Arsenales de Guerra, y su accionar se extiende hacia el norte. Plievier los conoce en Iquique y obran en sus páginas. El 21 de diciembre de 1907, la simple eliminación de más de dos mil personas, cesantes y famélicas, reunidas en la Plaza Manuel Montt y en la Escuela Santa María, Iquique. Las oficinas salitreras San Gregorio, 1921, y La Coruña, 1925; Siguen los casos de la FECH, Santiago, y de los obreros de Punta Arenas, en 1920. En Ranquil se fundó el primer sindicato campesino en 1928 y la zona fue arrasada a sangre y fuego en 1934: para la estadística sólo más de 3.000 muertos, entre hombres, mujeres y ancianos que amaban su tierra. A fines de enero de 1946, veinte mil personas unen sus protestas en la Plaza Bulnes; hecho inadmisible para el gobierno de Alfredo Duhalde, y se ordena ataque de caballería (sables) y fuego a discresión con fusiles. El 2 de abril de 1957, Ibáñez de nuevo, alza de pasajes de la locomoción colectiva, movimientos estudiantiles. Matan a la joven dirigente comunista Alicia Ramírez. Hordas de maleantes -cesantes de las poblaciones periféricas-, asolan el centro de la capital. El jefe de plaza, general Horacio Gamboa, ejecutor de la sangrienta represión a bala, escribirá en sus memorias, más tarde: "Sólo la derecha ha podido ser capaz de superar al comunismo en la dirección de las asonadas de abril... Tiene una vieja e ininterrumpida experiencia histórica...". Experiencia que se repetirá apenas dieciséis años después. ¿Derecha e izquierda, capitalismo y socialismo? No es lo uno sin lo otro. Trágico ying-yang no asumido moralmente por quienes debieran ser padres de una nación.

Esta es una reflexión que no tiende a nada. Salvo, despertar. Mirar con sensibilidad abierta un historial que nadie garantiza que haya terminado. Como si los holocaustos no continuaran en otras latitudes haciendo desaparecer grupos étnicos que estorban a los vencedores. ¿Vencedores de qué?

Agrego un punto -lejano a la vena abierta que aparece en el texto-, que puede ser discutible: acabo de leer la oceánica novela "2666", de Bolaño. Esta obra y la del alemán -vistas superficialmente- están divididas en "libros", que podrían ser independientes unos de otros, que pueden ser dados a conocer cada uno por sus títulos, pero que corresponden -es evidente- a la mirada unitaria de una época, de un universo humano sorprendente por esa "mirada nueva" (Benjamín Subercaseaux) que es la característica de los grandes narradores y científicos. El uno coloca su atención en los seriados, casi infinitos, asesinatos de mujeres en el norte de México. El alemán, a las matanzas de obreros en Tarapacá. Ambas obras son protestas, testimonios para que "ojalá nunca más". Otro aspecto que me llamó la atención, es que en el estilo de ambos autores hay similitud de dinámica interior en la escritura, hecho que hace a dichas obras atrayentes, perdurables. Y paro de aventurar mis disquisiciones literarias.

Nadie nace rebelde, nadie nace anarquista. Como asimismo, ningún ser que accede a ser gobernante ha nacido dictador. Tampoco un padre es intrínsecamente injusto, malo. Qué ocurre entonces. Ideologías cerradas. Autócratas. Dentro de una sociedad hay seres pasivos y otros activos. La sociedad es una; debe ser una. El concepto de sociedad es de relaciones; y el diccionario agrega: "La sociedad capitalista inaugura la  sociedad de clases". Sólo la cultura profunda hace personas distintas por sobre las divisiones. Son los principios morales los que determinan una conducta y leyes adecuadas para la educación y la salud de toda la familia, sin exclusiones, y esos principios, por desgracia, suelen ser substituídos por intreses personales o dictados externos  aun para desviar doctrinas constitucionales finamente elaboradas.

Oh, buen padre terrestre, cuánta falta haces.

03.11.11



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CONVERSACIONES CON ENRIQUE GÓMEZ-CORREA

Óleo sobre cartón, de R. Magritte, "Alicia en el país de las Maravillas",
que poseyó E. G-C y que tuvo que vender para cubrir gastos de su
larga y penosa enfermedad.

         Sin duda, mis contactos literarios con el poeta constituyen un capítulo importantísimo en mi quehacer intelectual y espiritual.
         Lo conocí en 1977 en la Biblioteca Nacional. Grabé el audio de una charla que él ofreció en el taller de Miguel Arteche como una introducción al surrealismo. Después, a fines del año siguiente, integramos la legión de escritores noveles y consagrados que llegó hasta la tumbra de Gabriela Mistral, en Montegrande.
         Todo un varón de extraordinarias condiciones: por su inteligencia, sencillez y caballerosidad.
         El hombre que había sido sorprendido por la violencia extrema de la naturaleza en su infancia, estaba recibiendo en esos años el ataque descreído de la dictadura. El sagaz diplomático, el abogado que ganaba grandes juicios en defensa de los trabajadores como cuando ganó un juicio a Chuquicamata siendo su gerente general Carlos Altamirano (sí el mismo). Pero nadie podía cercenar su brazo poético, su libertad de pensamiento. ¿Nadie? En efecto, nadie. Salvo la Naturaleza. Marzo de 1985, gran terremoto en las regiones de Valparaíso y Metropolitana (8,5º Richter). Gómez-Correa, agotado por la calamidad política, terminó derrumbándose. No hay dos opiniones: de inmediato, entre un día y otro, quedó inválido, sin movimiento y fue internado en la Clínica Boston. En el ámbito de la cultura, un viento huracanado: Enrique se muere. Converso con Wally, su esposa, y expreso mi deseo de acompañar al poeta. Bajo ciertas restricciones lo visito varias veces y allí, grabadora en mano, registro  el valor de su intelecto y su perseverancia poética.
         "En el fondo yo soy un anarquista. Un anarquista muy libre, que no anda poniendo bombas pero que quiere, a lo más, que el pensamiento no tenga ninguna clase de amarras; incluso en la vida misma. Yo creo en una plena libertad."
         Enrique había hecho suya la ambición de conseguir la "solidez compacta del ser", anunciada por Hegel.
         "Eso se identifica conmigo mismo. Esa solidez compacta es una confrontación de mi alma en su conjunto con mi manera de ser."
         ¿Cómo podía un ser ordenado y pulcro, adicto a la ley, crear tanta poesía libre?
         " Yo puedo manejar el pensamiento, incluso el pensamiento cartesiano, de una manera racionalista y muy calculada; pero, cuando yo escribo mis textos poéticos, a la primera palabra se me arranca el lápiz y ya lo que pensaba hacer se me evade y es otro, es un otro el que escribe."
         ¿Hay visiones o hechos de su infancia que hayan marcado su vida de adulto?
         "Sí. Hay un hecho que en la infancia me marcó mucho... Y es el haber presenciado, no sé si de cerca o de lejos, pero lo presencié, el suicidio de un minero que se colocó unos cartuchos de dinamita en la boca y los encendió; y, naturalmente, que se desparramó todo el cuerpo. Es un hecho que no he podido olvidar jamás, por su violencia. Yo debo haber tenido unos cinco o seis años de edad. Fue en Talca."
         También la ciudad natal fue cubierta por una gruesa capa de cenizas cuando estallaron volcanes ahí cerca, en la cordillera. Corresponencia ciega: poesía explosiva.
         El amigo de Breton, Magritte, Peret, Granell, Cailloir, Hérold, y tantos otros poetas, críticos y pintores europeos, conformó en Chile un trío espectacular de nuestra literatura, con Teófilo Cid y Braulio Arenas. Fundadores del movimiento Mandrágora, que si bien como escritores no trascendieron al grueso público, consolidaron y dieron sentido al pensamiento puro del surrealismo en Chile.
         "Escribo porque es la manera más natural que tengo de realizarme, de expresarme... Todo está reafirmado en la realidad e incluso es una manera de realizar mi fantasía; en todo caso, todo mi ser."
         Su modo escritural avala la autenticidad de su obra. Contra la crítica que depuso el dictado automático, palanca de fuerza de los primeros mandatos bretonianos, Enrique Gómez-Correa desarrolla su propia técnica para describir lo real con el pincel del azar. Es decir, coloca la voz libre del interior para realzar y ennoblecer lo cotidiano. Es la voz que emana del espacio que va del inconsciente al consciente; en verdad, algo distinto. Allí libera las imágenes que se recubren de palabras. En efecto, sus textos pasaban a la imprenta casi sin correcciones.
         " Así cortadas las amarras
           El barco partió sin rumbo conocido."
         Enrique, mediante su voluntad, deshechó la presencia de esa bellísima dama blanca que lo invitaba a seguirla, en las noches de la Clínica Boston, y vivió lúcido de sus asuntos y en su capacidad creativa. Estuvo en medio de su biblioteca durante diez años más. Llegó, incluso, a caminar trechos cortos. Y lo que nunca había pedido en su vida, llegó solo: la Medalla al Mérito Literario, creada especialmente por la Municipalidad de Santiago, en abril de 1995. El 28 de julio se "torna invisible", según su propia expresión.

G-C en su lecho de enfermo, ubicado en un rincón de la biblioteca,
de su hogar de calle Galvarino Gallardo 2150, Providencia.

         Quien escribe estas líneas, sobre otras líneas del pasado, suele desaparecer en las propias memorias, sin embargo en esta oportunidad hay  "algunas cosas al parecer perdidas" que ahora con el tiempo sin reflejos no puede dejar en el olvido y que, por supuesto, están a la sombra de este enorme personaje.
         Su cuerpo estaba al interior de una urna, al pie de aquel altar de la Parroquia de San Ramón (Providencia), algo que él no imaginaba pues fue un libérrimo pensador. Sin embargo había aceptado el postrer sacramento de la Iglesia. Hasta una semana antes él había discutido ardorosamente asuntos escatológicos con un sacerdote amigo que lo visitaba  con cierta frecuencia. ¿Quiere decir esto que Enrique plegó sus creencias de toda una vida ahora en el umbral? Creo que no. Era irreductible. Más bien me digo que fue una inclinación amorosa de cabeza ante su esposa e hijos, quiso dejar una impresión de amplio criterio  en quienes le rodeaban. Wally, en dicho templo, avanzada la ceremonia, solicitó a este poeta del Maule que lo despidiera. "Enrique, aquí descansas como los volcanes de tu tierra. Gracias, Enrique, por el fuego que nos diste y por el legado de poesía y de nobleza que nos has entregado con tanta generosidad." El templo estaba repleto y tengo presente que los caballeros de trajes negros eran muchos, muchísimos. Escritores, gente de las universidades, miembros de la Academia de la Lengua. Por un breve instante pensé que el hombre de los ojos cerrados iba a abrir la tapa de la caja para decirles a todos que "se trata de una ceremonia surrealista y que pueden poner la mesa, traer copas de cristal, buenos vinos de mi tierra, para seguir conversando largas horas, muchas horas, de la Mandrágora, de Vicente Huidobro, y de mis amigos de Europa".

08.10.2001 En la biblioteca de la Universidad de Talca se inaugura la Sala
Enrique Gómez-Correa, Sección que alberga las obras completas del poeta donadas
por Wally, su viuda.También se conservan ahí los casetes de las 6 horas grabadas
por H.O. para generar el libro "E.G-C. Arquitectura del escritor" (1999)

         En 1999 Editorial Huelén publicó el que es, con seguridad, el único libro que revela las interioridades de tanta arquitectura moral y de ensueños, del ser Gómez-Correa. Pero ya, en 1995 se estaba gestando en Talca un movimiento coordinado para solicitar el Premio Nacional de Literatura. Bueno, Enrique lo declinó con un ademán de majestuosidad inigualable al salir por la ventana abierta. Pero, al menos, hubo dos soberbios suplementos dominicales del Diario El Centro, de su ciudad natal, en los que volcamos imaginación y máximo poder comunicacional un Juan Muñoz Veillón, sorprendente poeta, y este escriba. Además, el 14.08.95, el periódico La Ëpoca, con mi firma, rindió homenaje en portada al poeta ausente; ahí, gran foto de Enrique junto a Eduardo Molina.
              Más tarde, también en 1999, tuve el honor de ser solicitado para crear el capítulo  “Magritte y Gómez-Correa: una amistad más allá de lo real”, en el libro “Magritte-Nougué”, patrocinado por el Museo Nacional de Bellas Artes  y la Communauté Francaise de Belgique (Bruselas) (libro bilingüe, profusamente ilustrado, gran formato).
         Menciono estas acciones porque son semillas de una tranquila y permanente relación de amistad con ese gran árbol que evocamos.                                                                                                                                                En el decenio 85-95, nunca dejé de saludarlo personalmente en sus cumpleaños y en muchas otras ocasiones inventadas para conversar con él. Dejó dicho a su familia que no se le recordara en los aniversarios de su ausencia pero que, en cambio, aceptaba estar presente los 15 de agosto de cada año. Y, en efecto, al menos en cinco o seis períodos posteriores a la fecha de su invisibilidad, estuve presente en los salones de su hogar, junto a Wally, sus hijos, Max, y muchos amigos escritores. En esta etapa, además, se entregaron tres premios "Gómez-Correa" a poetas jóvenes. No sé que pasará en la actualidad pues aprendí de él a girar el anillo del dedo y desaparecer de la capital.
         Se le preguntó una vez si deseaba recomendar algo a los poetas emergentes.
         "Para ser poeta se necesita mucho coraje, se necesita mucha profundidad, mucha dedicación. Es un oficio difícil. Difícil y sumamente peligroso porque se está, en un momento dado,  en que se juega con las palabras y no hay nada más peligroso que la palabra."
         Lo dijo un abogado, un poeta surrealista.

(Refugio Huelén, Olmué, 2011)

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TERESA WILMS MONTT

Retrato de Teresa Wilms M., en el Museo
Palmira Romano, de Limache. Descubierto
por H.O.

"Tristes somos aquellos que no hemos nacido de los dioses".
T.W.M.



       
        Con esta simple frase autodefine su destino la escritora que más profunda y emocionalmente ha estremecido a la literatura chilena. Y no dejamos en el olvido a Gabriela Mistral (1889-1957), María Luisa Bombal (1910-1980), María Carolina Geel (1911-1995) y, quizás, alguna otra; mujeres inteligentes que vivieron estremecidas, más que por sus actos, por las inmisericordes convenciones sociales. Y coinciden en su pertenencia al período de la historia en que la cualidad de la mujer no alcanza a ser reconocida en su plena majestad aun cuando varias destacaron por su frontal lucha genérica, entre éstas, sin dudas, Teresa.
        La realización de un film que es estrenado en estos días no hace sino activar la sensibilidad de observadores, algunas exactas y otras, eco de los ecos. Su caso es visto desde muchas ópticas: paradigma de la situación social de la mujer cuando despierta el siglo XX; escritora de vanguardia en su tiempo, que escribió los dictados de su introspección. Y otras, que son más pobres, como ensalzarla sólo por su belleza. "Sin duda, la mujer más trágica de la literatura chilena de este sigo", dijo Martín Cerda, el lúcido ensayista. Sin embargo, ocurre algo que ya es tema alarmante en la cultura nacional, como la mala memoria, la inercia, el escaso interés por escritores que no venden: se saben hechos aislados de la vida de esta mujer y, tal vez, se sabe menos de lo pensado. Los esfuerzo de Ruth González, "Teresa Wilms Montt: un canto de libertad", biografía editada en 1993, y la obra completa recogida en 1994, a pesar de no ser documentos perfectos, muestran una gran radiografía de esta escritora mirada en menos porque no saben situarla en el centro de la época real. Y esperamos que la pantalla no muestre una imagen deformada por el desenfado del siglo actual.
        "Mística tú, diferente en todas las místicas y los místicos, mística del amor y el dolor impensados", escribe Juan Ramón Jiménez. "Teresa Wilms es la mujer más grande que ha producido la América", Vicente Huidobro. Pero hay más, en Italia es divulgada su obra en agosto del 2008: la revista "Poesia" dedica la portada y catorce páginas a recordarla. Es comparada con Emily Dickinson y Virginia Woolf. "Fue una cocotte "honesta", de impronta cerebral, una santa y una mística, una figura gótica del género de Collins y De la Mare, la "inquieta dama de blanco", siempre en fuga de los otros y de sí misma..."
        No es la ocasión para agregar más a las apologías, ciertamente justas, que identifican a esta figura extraída del laberinto por los dioses del Olimpo.
        Escribo sobre ella por dos razones: en mi familia se guardaba en secreto el libro "Lo que no se ha dicho" (Editorial Nascimento,1922). "Una fuerte dosis de veronal y algunos desesperados días de agonía en el hospital Laennec de París, han sido el epílogo de la existencia arbitraria, hondamente triste, de Teresa Wilms, muerta en flor de juventud y de belleza.", es el arranque del prólogo de Gastón Carrillo, quien, como en muchos casos, no capta la belleza ni la profundidad de esos textos literarios reunidos un poco al azar, algunos son traducciones del francés. "Sus tres primeras obras no son más que una queja repetida en la misma cuerda: el soliloquio monocorde de una alma enferma de tristeza, ahogada por la melancolía que le infundió la muerte irreparable de un amor único", es la sentencia crítica que alejó a la escritora del aprecio literario desde entonces. Al contrario de Gabriela Mistral: los "Sonetos de la Muerte, ganadores de los Juegos Florales de Santiago (1914), la iniciaron en la fama. Quién sabe en cuánto habra influído en Teresa el pensamiento libre de Gabriela. Cuando cayó en mis manos adolescentes aquel libro, iluminó un sentido romántico que dejó de ser tal cuando tuve, muchos años después, el panorama crítico de un período trasnochado. María Flora Yáñez, nacida en 1891, también bella y rodeada de comodidades desde la cuna, me hablaba del problema de ser mujer en su tiempo; entre otras cosas, tuvo que usar seudónimo (Mari Yan) con el objeto de publicar sus primeras novelas.
        Teresa fue la segunda de siete hijas de Federico Guillermo Wilms Montt y Brieba y de Luz Victoria Montt y Montt. Veamos una breve cronología:
       
        1893 Un 8 de septiembre, nace en Viña del Mar.
        1910 Era aficionada a concurrir a la ópera, y allí conoce al que será su
                 esposo, Gustavo Balmaceda Valdés (1883-1924), sobrino del
                 ex presidente José Manuel Balmaceda. Los novios tienen la  
                 férrea
                 oposición de la familia Wilms que, tras el matrimonio, no desean
                 verla de nuevo.
                 Los recién casados se fueron a vivir a Santiago, donde la vida
                 cultural atrapó a la mujer. Su belleza llama la atención en los
                 salones,
                 hecho que ocasiona celos en Gustavo. Suelen tener discusiones.
        1911 Nace Elisa.
        1912 El matrimonio se traslada a Iquique por razones económicas del
                 marido. La ciudad vive el esplendor del salitre.
        1913 El 2 de noviembre nace Silvia Luz.
                 Teresa está escribiendo con el pseudónimo "Tebal" en la prensa
                 local.
        1914 Gustavo abusa del alcohol y del juego. Teresa frecuenta tertulias
                 literarias con librepensadores, donde conoce a la anarquista
                 española
                 Belén de Zárraga. Se interesa por la condición deprimida de la
                 mujer.
                 Conoce a Luis Emilio Recabarren y a Teresa Flores, ardiente
                 feminista.
                 Visita imprentas, hospitales; es admirada por donde circula.
                 Pero: "Yo abusaba del licor, de los cigarrillos, del éter,
                 etc.,etc.".
        1915 En ese ámbito de bohemia, inquietud social y desajustes
                 matrimoniales, ha conocido a Vicente Balmaceda Zañartu (1885-
                 1921), primo de su esposo. Se descubren cartas que se refieren
                 a sentimientos amorosos entre ellos. El escándalo estalla al
                 interior de la familia Balmaceda.
                 8 de octubre, Teresa es obligada a ingresar al Convento de la
                 Preciosa Sangre, de Santiago. Un "proceso" al interior de la
                 familia le
                 ha quitado la tuición de sus hijas en beneficio de sus abuelos
                 paternos.
        1916 En la soledad, comienza un diario íntimo. Para liberarse del dolor,
                 el
                 29 de marzo intenta suicidarse con morfina. Sus padres, a pesar
                 de    
                 negarle apoyo personal, en secreto acuerdan financiarle el exilio.
                 En junio, "huye" a Buenos Aires, resguardada por Vicente
                 Huidobro.
        1917 Sus dos primeros libros tienen gran éxito en la capital argentina.
                 Pero,
                 un joven admirador suyo, Horacio, de 19 años, se suicida al no
                 ser correspondido para siempre.              
        1918 Viaja a Nueva York (arriba en enero). Fue acusada de espía
                alemana y
                estuvo privada de libertad. Se va a España. Gran amistad con
                Ramón
                del Valle-Inclán, Gómez Carrillo, Gómez de la Serna y del chileno
                 Joaquín Edwards Bello. Tomó el pseudónimo de Teresa de la
                 Cruz.
                 En agosto retorna brevemente a Bs. As.  De nuevo en Madrid,
                 establece allí su domicilio. Viaja a Londres y varias veces a
                 París.
        1920 Tiene un breve encuentro con sus hijas, en París. La nueva
                separación
                no la puede resistir sin drogarse, sin dejar de fumar y de comer
                poco.
        1921 Fallece en París, el 24 de diciembre, intoxicada con veronal.
       
        Como no queremos ir más allá de una semblanza, podemos enumerar
 su obra:

        1917 "Inquietudes sentimentales" (poemas en prosa, con grabados de
                  Gregorio López Naguil, Buenos Aires)
        1917 "Los tres cantos" (Buenos Aires)
        1918 "En la quietud del mármol" (elegía, publicada en Madrid)
        1918 "Anuarí" (Prólogo de R. del  Valle-Inclán, Madrid)
        1919 "Cuentos para los hombres que son todavía niños" (Buenos Aires)
        1922 "Lo que no se ha dicho" (selección de textos inéditos y otros ya
                  publicados: "Páginas de diario", "Con las manos juntas", "Los
                  tres cantos", "Del Diario de Sylvia" y "Anuarí").
        1994 "Libro del camino. Obras completas de Teresa Wilms Montt" (Ruth
                  González, Ed. Grijalbo, Santiago)

        La vida de la escritora ha sido llevada a largometraje digital por la chilena Tatiana Gaviola. Veremos la historia en pantalla de cine (y después en TVN), interpretada por los actores Francisca Lewin (rol principal), Diego Casanueva (Huidobro) y Pablo Ogalde (Gustavo Balmaceda).
        Sin embargo, mencionamos un segundo motivo para escribir esta nota. Se sabe que Teresa posó en España para Julio Romero de Torres (primer viaje) y posteriormente la retrató Anselmo Miguel Nieto. Y todos estamos en conocimiento de su irreal belleza a través de dos o tres fotografías que son tópicos referenciales de su persona. Lo que se ha dicho por escrito no hace más que confirmar que esa mujer no era de este mundo. Una visita ocasional al Museo Histórico Palmira Romano, de Limache, nos puso frente a frente a un retrato maestro firmado por Antonio de la Gándara (1862-1917), de quien no tenemos otra información. Es un óleo de m/m 35x50 ctms.(enfocamos con cámara digital sin flash, con autorización), que pudo haber sido pintado en Santiago después de nacer Elisa. Una pequeña placa de bronce dice "Teresa Wilms Montt". Lo demás es admirar sus ojos "glaucos" (como decían los modernistas) y encontrar su alma, esta vez tranquila, apacible. Está un poco gordita y su boca es "carnosa y breve". Y esto sería suficiente por ahora. Es un deber mostrar esta joya iconográfica.
                                                                       HERNÁN ORTEGA PARA