VITRAL PEREGRINO

PORQUE ESTE AUTOR NO HA PASADO EN VANO

1966, Santiago. Premios en Cuento, Poesía y Fotografía
de los concursos nacionales bancarios de ese año. El
Gerente del Banco del Estado y el autor.


Talca, 1981. Gran concurso nacional de poesía organizado por la U.
Católica Campus Talca. Miguel Arteche, presidente del jurado hace
entrega del diploma Mención Honrosa, al ex alumno suyo del Taller
Altazor (1977-1978)


Ier. Concurso Nacional de Cuento 1987, de El Mercurio. Las dos
imágenes registran la ceremonia de entrega de premios. La última
corresponde al 4º premio, Mención Honrosa (780 concursantes).


SUBIR LA MONTAÑA

          A mis 78 años de edad hago un balance vital y lo grafico en estas páginas digitales.
         El inescrutable destino puso una gran biblioteca a mi disposición cuando yo no tenía diez años. Se dice que aprendí a leer junto a mi abuela materna, a muy temprana edad, leyendo El Peneca y leyéndole luego a ella. Tengo presente que tomé muchos libros de poesía que mi tío Héctor Parada guardaba en sus -para mí- grandes estanterías del living y se me grabaron las formas visuales utilizadas por vates como Gustavo A. Bécquer, Víctor Domingo Silva. No hablo de influencias literarias. Eso viene después.
         El año 44 me llevan a Linares para reunirme con mis padres y mis hermanos mayores (soy el quinto). Y, al siguiente, a La Serena. La pasión por la lectura crece en ésta, pues mi familia compra semanalmente una infinidad de publicaciones, tales como Don Fausto, La Margarita, Para Ti, la argentina Intervalo (traía novelas y obras de teatro ilustradas). Leí a Salgari, Verne, Paul Feval, las novelillas americanas de Doc Savage, La Sombra, y aquellos títulos de la también argentina Biblioteca Oro. Por allí entré a Ben-Hur, El Jorobado de Nôtre Dàme, Los Miserables. Alejandro Dumas. No los he vuelto a leer. Tal vez será para cuando mi regresión etárea sea completa.
         En el Liceo de Hombres de La Serena me enseñaron a empastar libros y revistas. Aprendí a cuidar y amar los papeles impresos. Hasta hoy. Allá escribí Mis Primeras Obras (1947), con dibujos a tinta china y pensamientos y algunos versos "originales" (con el tiempo no se sabe).
         Regresé a Quilpué. Ya no estaba mi abuela. Y proseguí escarbando entre los libros de quien fue mi segundo padre. Este fuerte varón era cerrado, no conversaba en casa, pero escribía sobre deporte en importantes diarios de Valparaíso, fue entrenador de una selección nacional de natación para un sudamericano y jubiló como profesor de la Escuela Naval. Más tarde, después del 78 nos encontraríamos don Héctor y yo discutiendo sobre poesía en largas noches invernales de Olmué, bebiendo tinto caliente con torrejas de naranjas. Él admiraba a Nicanor Parra y a los poetas runrunistas (Benjamín Morgado, entre otros), es decir le atraía el ingenio verbal de estos autores.
         Mi segunda pasada por Quilpué (1949) fue decisiva. Ingresé en secreto a un grupo de escritores noveles de la ALEX Asociación Literaria Experimental. Por correo hacíamos circular textos en prosa y verso y adjuntábamos crítica muy personales. ¿Qué será de ellos? Dos éramos de Quilpué, otros de Viña, Valparaíso y Santiago. Pero, en el Liceo de Viña del Mar me encontré con el mejor maestro de Castellano (Lenguaje, dicen ahora anodinamente): don Guillermo Rojas Carrasco, a la vez rector. Cuarto de Humanidades. Largos trabajos sobre El Quijote y el Teatro Español del Siglo de Oro, que aún conservo. Composiciones con nota relevante. Diario mural. Artículo mío en la revista del liceo, ¡qué orgullo!
         Al año siguiente, Liceo de Aplicación, en Santiago. Notable: Lautaro Yankas haciendo clases de dibujo. También me lucí en esto. Y la capital me devoró, mejor dicho, devoró a mi familia en quiebra y fuimos de los primeros pobladores de El Carmen, de Conchalí. Pero yo seguía escribiendo. Allí coroné con mis versos a una reina de la primavera. Mis poemas integran "Soledad" y "Doloras". "Cada hombre, un rey"  es un  manojo de textos míos y de otros autores como el inefable Neruda. Por supuesto que hablo de ediciones privadas, a máquina, con pegoteo de imágenes y muchos dibujos de mi mano.
         De repente, Puerto Aysén. Solo. A trabajar en una oficina. Hice lo posible por no escribir, pero escribía. Coroné otra reina, la delicada Astrid I (¿dónde estará esa "reina de otra primavera", según Jorge?). Conocí en ese territorio a Mahfúd Massis, cuya poesía ya me había liberado del sonsonete nerudiano. Mi poesía era también "negra", en el sentido para mí de la otra faz de la luna y ese fenómeno personal provenía de los subterráneos quilpueínos, esos que estaban debajo de las dos casas de la quinta donde muy niño yo encontraba un reino secreto muy hermoso, con lagunas en el invierno y que llenaban de arcos luminosos esas cavernas que destiné especialmente para esconder bolitas de cristal y un  botecito alemán de madera, de no más de diez centímetros, que había requisado desde un baúl.
         Allá en el sur conocí a Enrique Lihn, Benjamín Subercaseaux, Luis Oyarzún, Hernán Valdés que me quedó debiendo un libro que él pensaba publicar (todavía tengo el recibo). Como dije, hice lo posible por no escribir, pues me dió placer el arduo ejercicio de los músculos cuando aprendí básquetbol a los 20 años de edad y tras duros entrenamientos jugué en primera y hasta en una selección local. Cuando me fui a Santiago, el 60,  "Chochó" Valdés, seleccionado nacional (dos portadas de la revista Estadio), me llevó a Palestino, el equipo taita de entonces (Thompson, los hermanos Gianoni, Schneider, Valdés y otros). Los feroces entrenamientos de los de segunda con el equipo de primera, en manos de Mario Gómez, solicitaban toda mi energía física. Jugábamos en Famae. Pero leía y escribía poesía y, tal vez, corregí algunos cuentos aiseninos. Y desde allí caí a un pozo oscuro, donde no pude llenar nuevas páginas en blanco, literalmente, ni escuchar música, ni dibujar, ni encontrarme con otros escritores. Trece años. Sin embargo, antes del suicidio -porque concurrí al desastre voluntariamente- mi olfato me hizo recopilar mis últimos escritos con la plena seguridad de que yo, y nadie más que yo, era el autor de esos versos. Así, publiqué "Ecce Deus!" en 1964 (portada de mi creación, texto estudiado en la Facultad de Filosofía de la U. de Chile, en las clases de psiquiatría, según me confidenció un amigo poeta que adquirió un ejemplar) y me publicaron, premiados, los cuentos patagónicos dos años después a raíz de un concurso nacional. Todo ello, cuando ese primer matrimonio desdichado apagó mi modo de ser, y mis recursos, más no mi espíritu.
         Hasta el 64 fui escalador de cerros, tanto en Aysén como en el Cajón del Colorado, en el Maipo. Después de la liberación (1977), retorné sereno a las cumbres de La Campana, Altos de Tiltil y otras compensatorias experiencias en soledad. Durante algunos años, todos los veranos, reservé dos semanas para mí solo. Sudor de mi cuerpo y retorno de mi espíritu. Es probable que sea un expósito intelectual que habita en una caverna inescrutable de la alta montaña.

1983. Cumbre cerro La Campana, Olmué. Foto con prontor.
        
         Pero no había extraviado mi sentido gregario. El Grupo Huelén fue una creación colectiva (1979), vital no sólo para mí. Y esa es otra historia, incluso más dinámica.
         Fundé con amigos la revista literaria "Huelén" en 1980, contrariando a nuestro guía Martín Cerda, quien estimaba eso como un acto reprobable. Cuatro años duró la intensa experiencia y crecimos todos los que escribimos en ella y demostramos que no era un acto de vanidad sino de dignificación de la escritura, en sentido de que los originales que se leían en el taller adquirían otra categoría cuando se limpiaban y se publicaban con decoro. Un resultado evidente fue el segundo premio del concurso de cuento Pedro de Oña, Municipalidad de Ñuñoa, que tenía un alto prestigio en el quehacer nacional. "Cuentos negros y una gris historia de amor", contiene textos de muchos niveles de lectura y otros decididamente experimentales. Lo onírico es una de las vértebras de esa narrativa. Y tuve el privilegio de que los leyera el crítico Alone, en 1981. Guardo las cartas y una de ellas debería ir como prólogo cuando el libro se publique.
         Durante la existencia del grupo Huelén, conocí mucha gente de primer nivel y gocé de su confianza. Recuerdos perdurables de Humberto Díaz-Casanueva, Enrique Gómez-Correa, María Flora Yáñez, Francisca Ossandón, Escilda Greve, Eduardo Molina, Braulio Arenas, Miguel Arteche, Nicanor Parra, Virginia Huneeus, Jorge e Iván Teillier, Juvencio Valle. Vi nacer a Carlos Franz, Gonzalo Contreras, Marco A. de la Parra, Carlos Iturra. Entre el 86 y el 92 estuve en radio de la U. de Chile, con programas de cultura hispánica, de literatura y de artes plásticas simultáneamente. Iba a Valparaíso, a Talca, a Chillán, a encuentros con otros escritores nacionales. Trabé amistad desde 1980 con Edison M. Salgado, que me abrió de nuevo el corazón de mi ciudad natal, y quien mantiene por más de 30 años la revista y las antologías "Poetas de Cauquenes".
         Mi identidad poética acumulaba espesas inquietudes filosóficas, ontológicas y sociales. El producto de esas íntimas sospechas las envasé en un libro muy especial, que llamé "La muerte del ruiseñor", capturando en el título el sentido de un mito de la literatura inglesa. Me saqué una daga.
         Cuando Enrique Gómez-Correa enfermó de cáncer, lo fui a visitar a la Clínica Boston y esa amistad pervivió durante diez años, hasta que se fue (1995). Durante las honras fúnebres en la Iglesia de la Divina Providencia la viuda me pidió que despidiera al poeta y formulé un homenaje verbal ante un auditorio sencillamente irrepetible, compuesto de moros y cristianos de la literatura y de la diplomacia. Un par de años después el sello Huelén publicó el resultado de la extensa entrevista grabada con el poeta surrealista, hecho que marca un cambio en la línea de mi trabajo literario. Pero ya tenía la impronta de mi encuentro con Jorge Teillier, otro personaje inolvidable. Casi veinte años guardé el testimonio de su voz y de su ingenio, sin que editorial alguna acogiera esa materia patrimonial. Este texto me brindó, sin embargo, un premio en dinero del Consejo del Libro y, cuatro años después, el financiamiento de la edición.
          Estas experiencias me introdujeron en la investigación del cuerpo abstracto del escritor como artista, su factor psicológico. Lo que eran ensayos aislados se tradujeron en poderosas motivaciones para desarrollar una técnica literaria especial.       
          Lo que me persigue, en consecuencia, es una densa y tenaz persistencia de mi yo escritural. No lo he respetado lo suficiente. No le he dado el espacio que él me solicita. Pienso y escribo mejor en mi celda nocturna. A la literatura la siento como una compañera que me escucha y a quien le propongo intimidades. También dipsómana y porfiada, suele darme su amor.
        El 2009, Editorial Cuarto Propio publicó "Ludwig Zeller. Arquitectura del escritor". Tercer ejercicio en busca de la piedra filosofal literaria. Es un libro hermoso, diseñado por Susana Wald, gran artista, linda pareja de Ludwig. Incluye numerosos collages, para mí delirantes poemas visuales. Hay textos de Anna Balakian, A.F. Moritz, A. Mutis,
F. Martins, J.M. Oviedo y otros importantes autores. Este volumen es, a la vez, un gran collage literario.
         Creo sinceramente aportar un algo a la literatura con ese microscopio creado con las "arquitecturas de escritores". Este material puede denominarse "estructuras abstractas comparadas"; o algo así, pues las respuestas codificadas pueden confrontarse y dejarse extraer, bajo la mirada atenta, múltiples aspectos de la fenomenología del lenguaje escrito, razones de una poética, artista y sociedad, formación del oficio y del cuando de la técnica, visión ontológica desde el fondo de la  poesía, y mucho más. Ahora estoy trabajando en un 4º ejercicio,  esta vez con Raúl Zurita, Premio Nacional de Literatura, a quien conozco desde los 80. A partir de ahí, de ese cuarto escrutinio, podré obtener informaciones relevantes. Veremos. Si yo no alcanzo el objetivo profundo, estoy seguro que alguien lo intentará con un mejor escalpelo.
         "Soy poeta / qué más da / penosamente elaborado",  escribí en mi primer libro de poesía entregado a la imprenta.

Refugio Huelén, Feb.2011


CORONANDO REINAS


        En este espacio tengo derecho a divertirme. Recuerdos.
        Jorge Teillier, Braulio Arenas, Enrique Gómez-Correa, Víctor Domingo Silva, y muchos otros poetas chilenos tuvieron el privilegio de coronar reinas en sus locas pero luminosas juventudes. Yo lo hice dos veces: una en la población El Carmen, al norte de Santiago, digamos que por el año 50. Una jovencita morena, alegre, vigorosa, buen ejemplar de nuestra mixtura nativa hispánica, pero de quien no recuerdo su nombre. El acto fue en el entablado de una ramada popular.
        Más tarde, reincidí en Puerto Aysén, a teatro lleno, en una fiesta de la primavera que, como allá era costumbre, se realizó en el mes de enero, con una corte de princesas y príncipes en la más bella edad. Astrid I era la hija del Intendente Dn Manuel Morales (con quien yo solía jugar ajedrez), tenía apenas 16 años, estudiaba en "Chile", no en Aysén. Por lo tanto dejé de verla para siempre.



Esta es parte de la Corte: Al centro Astrid I, a su derecha la Vireina
Edith Ruiz Aguilar, hoy residente de Rancagua, escritora de méritos:
poesía, novela, cuentos. Con Edith solemos intercambiar correos y cruzar
breves impresiones de nuestras inquietudes literarias.

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